La Matanza de La Coruña fue una masacre ocurrida el 5 de junio de 1925 en Chile, cuando el gobierno de Arturo Alessandri Palma respondió por la vía armada a una serie de sublevaciones obreras que se produjeron en el marco de una huelga general de trabajadores de la provincia de Tarapacá, y que tuvo como principal campo de batalla la oficina salitrera La Coruña, en la pampa del Tamarugal. Esta acción armada dejó un saldo de cerca de dos mil obreros y sus familiares muertos.

La oficina (mina de salitre) de La Coruña estaba localizada en el llamado Cantón Alto San Antonio de la pampa del Tamarugal, en la actual región de Tarapacá. Antes llamada «Cataluña» y «Galicia» en 1924 contaba con una población cercana a los 1.800 habitantes.

A inicios de 1925, los obreros de las salitreras de Tarapacá iniciaron una serie de movilizaciones reclamando mejoras en las condiciones laborales y económicas. Se iniciaron huelgas locales en distintas oficinas y campamentos salitreros a lo largo de la pampa del Tamarugal, que desembocaron en un paro general y en la demanda de la Federación Obrera de Chile (FOCH) por la estatización de la industria salitrera. El intendente de Tarapacá, Recaredo Amengual, dispuso el envío de escuadrones militares para que ocupasen ciertos lugares estratégicos de la pampa, solicitando al gobierno central, además, el envío de buques de la Armada al puerto de Iquique. Tras llegarse a un acuerdo parcial que permitió levantar algunas huelgas, fueron clausurados el periódico comunista  «El Despertar de los Trabajadores» y el periódico anarquista «El Surco», y se detuvieron varios dirigentes de la FOCH en la zona entre Pozo Almonte y Huara, los que fueron enviados en ferrocarril hacia Pisagua, donde el gobernador Alberto Labbé dispuso su embarque y traslado a Valparaíso a bordo del vapor Mapocho.

Enterados de la detención de los dirigentes sindicales, el 4 de junio la FOCH declaró una huelga general por 24 horas, y convocó a distintas concentraciones de trabajadores en Huara, San Antonio de Zapiga y el pueblo de Alto San Antonio. En este último se produjeron enfrentamientos entre los obreros y las fuerzas policiales, cuando estas últimas irrumpieron en el local de la FOCH donde se efectuaba un mitin, resultando muertos dos policías. Tras estos sucesos, los trabajadores se tomaron las oficinas Galicia y La Coruña, distribuyendo las provisiones de las pulperías entre las familias e iniciándose una huelga general que significó la toma de 124 oficinas salitreras por sus trabajadores y la paralización del puerto de Iquique, así como de los ferroviarios y conductores de carretas de la provincia que se unieron a la huelga.

El intendente Amengual comunicó al ministro de Guerra, coronel Carlos Ibáñez del Campo, que en la pampa «había estallado la revolución soviética«. El gobierno, alarmado por el cariz que tomaban los acontecimientos en el norte, declaró a las provincias de Tarapacá y Antofagasta en estado de sitio, designándose como jefe de plaza al general Florentino de la Guarda. Se enviaron refuerzos militares a los puertos de IquiquePisagua y Mejillones en los buques de guerra Zenteno, O’Higgins, Lynch, Riquelme y Williams Rebolledo.

En el marco de la huelga general de los cantones salitreros, el 3 de junio de 1925 los trabajadores de La Coruña decidieron tomarse las instalaciones de la salitrera. Comandados por el dirigente anarquista Carlos Garrido, se apropiaron de la oficina de la administración, el polvorín y la pulpería, encontrando en esta última dependencia la oposición armada del administrador, el español Luis Gómez Cervela, quien fue ultimado por los obreros más radicalizados. Los almacenes, bodegas y depósitos fueron saqueados por los trabajadores y sus provisiones redistribuidas entre las familias del campamento.

Tan pronto como el intendente Amengual tomó conocimiento de la revuelta en La Coruña, dispuso la subida inmediata de las tropas de una compañía de infantería del Regimiento Carampangue, un escuadrón de caballería del regimiento Granaderos y algunos marinos para acudir a sofocar las oficinas salitreras en donde se estaban llevando a cabo sublevaciones de obreros.

Tras abandonar Iquique el 4 de junio, las tropas partieron a La Coruña, donde encontraron una férrea defensa de los trabajadores, quienes se habían atrincherado en las calicheras y en las viviendas, desde donde les lanzaban bombas de mano a los militares. Otros obreros estaban armados con granadas hechizas confeccionadas con tarros de hojalata cargados con pasta de dinamita y remaches y sellados con discos de latón soldados.

El comandante de las tropas, teniente coronel Acacio Rodríguez, solicitó el refuerzo de dos baterías adicionales del grupo de artillería «General Salvo», las que comenzaron a bombardear las instalaciones de la oficina salitrera, logrando demoler las posiciones de los rebeldes. Tras los fuegos de artillería, algunos obreros abandonaron sus puestos de combate, huyendo por la pampa. El bombardeo sobre La Coruña alcanzó las canchas de secado de salitre y las rampas de embarque, donde el nitrato empezó a arder, produciendo un enorme incendio que consumió rápidamente viviendas de madera, talleres, maestranza, bodegas, galpones y almacenes de víveres.

Hombres, mujeres y niños trataban de escapar mientras las armas de los soldados no cesaban el ataque. Esto motivó a Garrido a enviar a través de un emisario un mensaje de cese al fuego al comandante Rodríguez, quien no lo aceptó. Tras seguir dirigiendo el ataque de la artillería y piezas de ametralladora, por la mañana del 5 de junio dirigió a la infantería y caballería en el asalto final a La Coruña. Garrido, vencido por la superioridad del adversario, tuvo que entregarse voluntariamente, declarando ser el único responsable por los hechos acaecidos en la oficina salitrera. Fue fusilado esa misma noche en la cancha de fútbol de La Coruña.

Ocupada la oficina, se encarceló en los corrales del camal (matadero) a los obreros que no alcanzaron a huir durante la refriega. A ellos se sumaron grupos de sobrevivientes que fueron capturados en la pampa por las fuerzas de caballería. Los enfrentamientos siguieron en otras oficinas salitreras que se habían plegado a los planes de Garrido, como Barrenechea, Vigo, San Enrique, San Pedro, Argentina y Pontevedra. Se estima que, en total, fueron asesinados unos dos mil pampinos,5 mientras que otros seiscientos fueron apresados en la pampa y enviados al velódromo de Iquique.